Por un momento podemos imaginarnos que al hablar de cultura, las incluimos a todas, como el abanico de todos los colores. Se presentan sin etiquetas, sin las ideas que tenemos de los lugares de donde provienen, ni sus posturas políticas o religiosas. Están ahí dispuestas a ser compartidas, mezcladas, renombradas bajo la idea artística del que decida crear.
Entonces aparecen los contrastes como nuevas posibilidades, las emociones que suscitan son nuevas y todas basadas en la experiencia artística, no vienen con ideas o formas pre pensadas.
Los espacios son entonces un gran lienzo donde todo se permite, se combina lo cálido con lo frío, lo abstracto con lo explícito, todo lo que nos imaginamos puede ser. Podemos contar historias a través de la puesta en escena y aunque es probable que cada uno interprete una diferente lo esencial estará, que es justo eso lo que nos permite tener algo que contar.
Después de explorarlo todo, o casi todo, podemos decantar, hacer un pare, registrar las emociones que aparecen tras las combinaciones y las propuestas de los espacios donde no había regla alguna que seguir. Y solo ahí entonces nos enamoramos del lugar, de la experiencia que tenemos o imaginamos tener, y damos la bienvenida a encontrarnos en estos nuevos espacios.
